Época: Arte Islámico
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Temas y conceptos
Siguientes:
Decoración de los edificios
Cuestión de injertos

(C) Alfonso Jiménez Martín



Comentario

Todos los edificios que en el mundo han sido, fuesen cuales fuesen las circunstancias de su diseño y construcción, han seguido pautas geométricas; cuando éstas son perceptibles y tuvieron alguna utilidad manifiesta podremos decir que un edificio posee trazado regulador; la Qubbat al-Sajra lo posee y de manera tan nítida que es uno de los pocos ejemplos en que estamos seguros de que ese fue el que concibió su anónimo arquitecto y que le sirvió como garantía de estabilidad y de virtudes compositivas, además de facilitar su construcción, ya que le permitió controlar sus formas de manera rigurosa. Así pues, comenzaremos el análisis genérico de la Arquitectura islámica, por lo más abstracto: sus trazados reguladores.
El ejemplo de la Cúpula debió servir como modelo, y aunque no volvieron a repetirlo tal cual, se advierte el deseo de contar con pautas geométricas organizadas, puesto de manifiesto cuando se resolvieron sistemas estructurales cupuliformes, basados en la sucesión de cuadrados, octógonos y círculos, concéntricos y del mismo radio. Sin embargo, hay que reconocer una contradicción; muy pronto las necesidades del Islam en el aspecto religioso fueron muy expansivas, viéndose en la necesidad de procurar grandes espacios para la oración y, al poco tiempo, agrandarlos. Para ello, y partiendo de las mezquitas de los primeros tiempos, prefirieron hacerlas sobre trazados simples, a base de naves paralelas, para ampliarlas con facilidad. Así ocurrió con la Aljama de Córdoba, que creció dos veces por el patio y tres por la sala de oración, sin que por ello el edificio padeciese en su carácter unitario, tales eran sus dimensiones y la uniformidad de su tratamiento. Así pues, el trazado habitual es de los más simples, una trama octogonal dentro de la que se insertan otros más complejos. En edificios exentos, como fueron los funerarios, los alminares y las torres, fueron de tipo concéntrico, más parecidos al de la Qubbat al-Sajra que a los de las mezquitas. En los edificios civiles de cierto rango, como los palacios, en los de uso público y los de carácter industrial se usaron trazados similares a los de aquéllas e incluso se conformaron con un par de ejes a escuadra.

La Arquitectura musulmana pasó por varias etapas en esto de los trazados, cuestión de carácter económico y constructivo en el fondo, aunque en la superficie tome apariencias místicas o ideológicas,- por lo que los cambios profundos en este tema vinieron dictados por razones tecnológicas; así los trazados fueron más rígidos, nítidos y generales cuando la construcción dependió de la sillería; éste es el caso del Califato cordobés, de Egipto o de Turquía y cuya razón fundamental es el coste del material por la especialización de la mano de obra requerida. En otras etapas, cuando el compromiso estructural fue menor, porque los materiales se plegaban a lo que se les pedía, los trazados de las distintas piezas fueron complejos, pero relacionados de forma sencilla, admitiendo sin detrimento distorsiones de cierta consideración. De esta manera es la Alhambra, que es la reunión, aditiva y bastante desarticulada, de piezas muy autónomas, bien trazadas cada una de ellas, pero relacionadas mediante relajadas yuxtaposiciones. Habiendo visto el esqueleto geométrico de los edificios, pasemos a definir sus piezas; en la arquitectura griega, y una parte de la romana, los órdenes conformaron la sustancia de las masas arquitectónicas, de manera que arquitectura y órdenes, son, en el contexto indicado, casi sinónimos. En la imperial romana el orden perdió su valor estructural para pasar a ser, sin ceder protagonismo como elemento determinador del espacio, un elemento secundario, tendencia de la que el Islam participó. En algunos edificios, desde la Cúpula de la Roca hasta las mezquitas del tipo más simple, las columnas y a veces los arquitrabes y otros elementos canónicos, adoptaron las configuraciones adecuadas, ya que, en muchos casos, fueron expoliados de monumentos antiguos, recurso que aún perviviría hasta el Año Mil de la Era Cristiana, y no debemos descartar que, amén del deseo de abaratar, los miembros arquitectónicos antiguos poseyeran para el arquitecto musulmán un prestigio artístico bastante bien definido.

El Islam heredó del Mundo Antiguo órdenes formalmente vivos, y bastante más variados que lo que la tradición humanista nos ha hecho creer; de acuerdo con su falta de escrúpulos estilísticos, los tomaron y repitieron pero ni los empeoraron ni los dispersaron más de lo que estaban; así pues, en esto de los órdenes clásicos, fueron tan conservadores o tan revolucionarios como lo había sido la globalidad de la arquitectura romana.

Los órdenes islámicos exentos aceptaron el desarrollo tópico de la columna, incluso la dispersión de proporciones que se les ofrecía. En las basas no se permitieron otras licencias que añadir más decoración y epigrafía; los fustes, cuyo cromatismo aceptaron y potenciaron, siguieron cánones vitruvianos, dándoles estrías, rectas o torsas, contraestrías, etc., y a veces le añadieron anillos, como ocurre en el Patio de los Leones. En los capiteles hicieron su aparición algunas versiones nacionales espantosas, como las piezas cubiertas de epigrafía del palacio omeya Muwaqqar, en Siria (722-23) pero, en general, sus versiones hubieran podido pasar por romanas o bizantinas. Con el tiempo los capiteles consiguieron formas originales, influidas por razones muy diversas; uno de los ejemplos más afortunados fueron los de pencas cordobeses, que en realidad no fueron más que el reconocimiento de que unos de orden compuesto, antes de detallarles las hojas de acanto y demás atributos canónicos, podrían resultar tan bellos y aún más baratos.

En otros casos fue una técnica, la del trépano, lo que produjo el cambio, como fue el caso de los de avispero, o cuando la incorporación de mocárabes dio características formas en Al-Andalus a partir del siglo XII. Otras veces fue la hipertrofia de un elemento, las volutas convertidas en orejetas, lo que colaboró a personalizar el elemento, o la incorporación, más prudente y contenida que en Muwaqqar, de cartelas cúficas. En la agrupación de columnas y en la configuración y disposición de las partes superiores del orden fue donde más variantes se produjeron, de la misma manera que ya había ocurrido en tantos y tantos edificios de Pompeya u Ostia, pongamos por caso. En los primeros tiempos el aire tardorromano se conservó y bastará recordar las disposiciones de la Cúpula de la Roca y que podríamos calificar de hiperclásicas, por su tendencia a la exageración; en la misma línea está el tetrapilum de Anyar, tan romano como el resto de aquel castrum omeya. En otras zonas el Islam usó de los soportes típicos de las tierras que conquistó; de esta manera no tuvo empacho alguno en usar el orden persa o la variedad de soportes que la influencia helenística había producido en la lejana India, donde también aprovecharon los hallazgos vernáculos.

Si entendemos que el orden puede ser el conjunto de estilemas o grupos de formas estereotipadas que el arquitecto incluye en lugares convencionales de su discurso, parece que aún podemos extender la misma noción a otras partes del edificio islámico. Así, los arquitectos musulmanes aceptaron sin reservas el cimacio, pues era algo admitido desde siglos antes; más novedosa fue su insistencia en usar los tirantes, decorados o no, que aparecen en la Cúpula de la Roca, pero es que la fragilidad de las arquerías de las mezquitas aconsejó el sistema, para no convertir los oratorios en agobiantes cobertizos.

El orden islámico en Al-Andalus encontró un elemento característico: el alfiz, recuadro que, sin carácter constructivo alguno, bordea todos los arcos, dando lugar a una de las composiciones más felices en este género, ya que dio estabilidad visual al arco en sí y soporte para soluciones decorativas. Parece que el invento, ya anunciado por los apilastrados de época imperial romana y que se documenta en la Córdoba del siglo IX es de patente andaluza y pervivió hasta el siglo XVII. Los arquitectos griegos y romanos adoptaron formas muy parcas para los aleros y cornisas, mientras que el islámico hizo gala de una gran imaginación en el tratamiento de los vuelos y salientes. Sin embargo, en algunos momentos, como pudieron ser los de la arquitectura del Califato cordobés, se manifestó una tendencia muy clásica a emplear unos cánones estereotipados, los que se ha dado en llamar modillones de lóbulos, que no sólo fueron norma en edificios andalusíes, sino que hicieron fortuna entre los constructores románicos y góticos del resto de la Península, hasta la época de los Reyes Católicos.

Aunque no fue norma absoluta, una parte sustancial de la identidad formal de los edificios de la Antigüedad Clásica, residió en la manera en que sus cubiertas manifestaban a la fachada el tipo de cubrición. Entre los musulmanes, y desde muy pronto, se dio en rematar las líneas de azoteas y terrazas, ya que éstas fueron las maneras más corrientes de cubrir los edificios, con hileras de merlones; se da la paradoja de que incluso cuando los edificios poseyeron tejados con notable inclinación, el remate almenado se consideró indispensable. Siguiendo la tradición local, que se había iniciado en Mesopotamia y que los romanos prosiguieron, los merlones fueron de gradas, es decir escalonados, y así siguieron haciéndolos, desde Siria hasta Córdoba y los reinos cristianos, pues era algo admitido desde siglos antes; más novedosa fue su insistencia en usar los tirantes, decorados o no, que aparecen en la Cúpula de la Roca, pero es que la fragilidad de las arquerías de las mezquitas aconsejó el sistema, para no convertir los oratorios en agobiantes cobertizos.

El orden islámico en Al-Andalus encontró un elemento característico: el alfiz, recuadro que, sin carácter constructivo alguno, bordea todos los arcos, dando lugar a una de las composiciones más felices en este género, ya que dio estabilidad visual al arco en sí y soporte para soluciones decorativas. Parece que el invento, ya anunciado por los apilastrados de época imperial romana y que se documenta en la Córdoba del siglo IX es de patente andaluza y pervivió hasta el siglo XVII.

Los arquitectos griegos y romanos adoptaron formas muy parcas para los aleros y cornisas, mientras que el islámico hizo gala de una gran imaginación en el tratamiento de los vuelos y salientes. Sin embargo, en algunos momentos, como pudieron ser los de la arquitectura del Califato cordobés, se manifestó una tendencia muy clásica a emplear unos cánones estereotipados, los que se ha dado en llamar modillones de lóbulos, que no sólo fueron norma en edificios andalusíes, sino que hicieron fortuna entre los constructores románicos y góticos del resto de la Península, hasta la época de los Reyes Católicos.

Aunque no fue norma absoluta, una parte sustancial de la identidad formal de los edificios de la Antigüedad Clásica, residió en la manera en que sus cubiertas manifestaban a la fachada el tipo de cubrición. Entre los musulmanes, y desde muy pronto, se dio en rematar las líneas de azoteas y terrazas, ya que éstas fueron las maneras más corrientes de cubrir los edificios, con hileras de merlones; se da la paradoja de que incluso cuando los edificios poseyeron tejados con notable inclinación, el remate almenado se consideró indispensable. Siguiendo la tradición local, que se había iniciado en Mesopotamia y que los romanos prosiguieron, los merlones fueron de gradas, es decir escalonados, y así siguieron haciéndolos, desde Siria hasta Córdoba y los reinos cristianos, hasta bien entrado el siglo XVI. Estos merlones tuvieron alguna competencia, cuando aparecieron otros con curvas, de tal manera que se constituyeron algo así como unos aleros nacionales que daban personalidad a la silueta de los edificios, sobre todo los sagrados.Lo mismo que en todos sus precedentes, las proporciones de los edificios y los elementos figurativos y normandos del arte musulmán, sufrieron cambios, perceptibles basados en modas. Ignoramos si existió, en alguna zona, una teoría explícita sobre proporciones, tomando como excusa y coartada alguna pretensión estética. Desde un punto de vista teórico hubiera sido perfectamente factible, ya que la corriente neopitagórica de un cierto sector de la intelectualidad bagdadí y de los sufíes y sus apreciables adelantos en cuestiones matemáticas, hubieran dado soporte a recetas estéticas basadas en los números. La experiencia nos dice que, partiendo de un sistema de proporciones implícito, típico de la cultura en la que el Islam se injertó, se fue evolucionando hacia sistemas cada vez más esbeltos, dato perceptible en el estiramiento de los miembros arquitectónicos.